Entra un mensaje de Pablo, pero no es
solo para mí. Estoy en un grupo con un montonazo de gente. Nos pide
colaboración para un proyecto. Va a proponerle matrimonio a Sergio. Ha escogido
un poema de Neruda sobre el amor. Nuestra labor: grabarnos con el móvil leyendo
el poema entero. Es larguito. Luego él ya lo editará y al final le hará la
propuesta.
Pienso
dos cosas. Primera: ¿para qué casarse? Y segunda: qué buena idea.
—No
todo el mundo es tan reacio al matrimonio como tú —me dice el amor de mi vida
actual.
Vaya,
así que no estaba solo pensando; la voz me ha traicionado.
—El
matrimonio es la prostitución de la mujer. Me cuesta aceptar que dos hombres se
metan en él de manera voluntaria.
—También
las mujeres se meten de manera voluntaria. —Ríe.
—Mejor
lo dejamos. —Eso le digo cuando intuyo que se mofa de mí.
***
Voy a poner mi granito de azúcar, por
supuesto. Somos amigos desde mucho antes del fin del siglo pasado y siento un
cariño profundo por los dos. A Pablo lo conocí primero. Durante un largo tiempo
tuvo novia, y era divina. Así la llamábamos: la Divina. Solo hablaba
perfecciones de ella. Nunca la vimos y un día nos contó que se acabó. Entonces
apareció Sergio, un amigo. La amistad se alargó durante al menos cuatro años,
hasta que el padre de Pablo murió. Y de repente: que somos más que amigos, es
que mi padre no lo habría entendido, eso lo habría matado, mejor esperar a que
se muriera de otra cosa. Lo miramos atónitas. ¿Y la Divina? Era guapísima, nos
dijo, y tan perfecta, tan divina… Nos alegramos por la liberación evidente que
sentía, pero con el orgullo un poco herido nos quejamos: a tu padre vale, pero
a nosotras ¿por qué nos has tenido tan engañadas? Su respuesta: si nadie
conocía nuestro secreto, sentía que traicionaba menos a mis padres, aunque nos
costaba creer que nunca nadie nos preguntara o sospechara nada.
Y
ahora se casan. Porque Sergio le dirá que sí, ¿no? Le pregunto a Pablo cuando
será la pedida de mano y me contesta que eso de la pedida es retrógrado,
arcaico, patriarcal. Bueno, pues entonces ¿qué le vas a pedir?, ¿el pie? Que no
es una pedida, es una propuesta.
***
Cumplo con mi palabra de buena amiga
y a los pocos días me llega el resultado. Estoy en el cuarto de baño pasándome
el hilo dental. Ya es tarde pero todavía no he apagado el móvil. El vídeo es de
dos minutos y algunos segundos, menos de los que empleé yo en leer el poema
después de tres intentos al final de los cuales conseguí no tropezarme en
alguna palabra desconocida; sin duda, chilena.
No
consigo demorar el momento de verlo. En la cama estaría más cómoda. Sin
embargo, me veo, de reojo, reflejada en el espejo del cuarto de baño, de pie,
con el aparato en la mano, la boca abierta y el hilo colgándome de un diente.
Yo
aparezco hacia el final. Poco agraciada, pero por suerte solo pronuncio una
frase: «Tú me responderás hasta el último grito» y enseguida me releva el
siguiente participante o grupo de ellos. Admiro la capacidad matemática y
técnica de Pablo: en tan poco tiempo ha repartido frases para todo ese montonazo
de gente; en más de una ocasión ha demostrado que valieron la pena todos los
años que invirtió —o dejó pasar— en el proyecto de final de carrera. Además,
hay otro vídeo, de los dos sentados en un banco de un parque, Sergio mirando el
primer vídeo y Pablo, al final, arrodillándose ante él —pero bueno, ¿y eso no
es retrógrado, patriarcal, etc.?— antes del gran abrazo.
El
montonazo de gente son hombres, mujeres, niños; jóvenes, medianos y muy
mayores; algunos fuera: en la montaña, la playa, el jardín; otros en casa: en
el salón o sentados en una cama hecha; algunos en solitario; otros en pareja o
en familia, donde todos participan.
Se
me nubla la vista. No son solo lágrimas de emoción las que me saltan sin
permiso sino de orgullo por toda esa gente, y hasta por mí. Me apresuro a
expresar lo que siento con innumerables emojis
de corazones y caras redondas amarillas emitiendo más corazones simuladores de
besos internáuticos.
El
amor de mi vida actual entra en el cuarto de baño. Llega tarde a nuestro ritual
de limpieza bucal conjunta. Se detiene un momento muy cerca de mí y al instante
sé que ha visto mi profusión desmesurada de corazones. No es que sea celoso, es
que me saca tres palmos. Aun así, seguro que se pregunta a quién más que a él
le dedico tanto amor. Le enseño el vídeo y cuando termina digo:
—No
sabía que era posible tener tantos amigos.
Él
ríe, como siempre.
—¿Podrías
hacer algo tú así por mí?
—Creía
que no querías casarte.
—Pero
eso no quita que tú puedas pedírmelo.
Alza
las cejas, a punto de reír de nuevo. Estiro del hilo dental colgante y añado:
—Aunque
te diga que no.
Ahora sí, da rienda
suelta a la carcajada contenida.Relato seleccionado entre los veinte finalistas para el concurso de historias con orgullo, convocado por Zenda y patrocinado por Iberdrola. Julio 2017