Antes
de ponerme a escribir el artículo que me ocupa este mes, voy a hacer una
pequeña aclaración sobre el título.
Cuando
se trata de un artículo, a veces lo escribo primero y cuando está terminado lo
titulo. Sin embargo, casi siempre es al revés: primero escribo el título, luego
el artículo, y al final cambio el título. Con los libros, en mi caso, nunca es
así: el título es lo último de todo, y solo está decidido cuando ya está
escrito el libro. Hoy, como se trata de un artículo, he tecleado primero el
título; ha sido este: El peor enemigo del
escritor. Entonces me he dispuesto a escribir, pensando «a ver cómo empiezo»,
y enseguida me he dicho: qué escritor ni qué hostias, yo soy escritora –¡mujer!–
y voy a hablar de mi enemigo, no del de un señor escritor, aunque no me cabe
duda de que el «problema» es común a todos los que escribimos. Cuando por fin
he acabado el artículo, he vuelto al título y a este párrafo para añadir esta
frase concluyendo que he vuelto a cambiar el título: de «la escritora» a «los
escritores», por la sencilla razón de que en el primer caso estoy invitando a
gran parte de la población masculina a no leer mi artículo. Triste pero así es.
En cambio, si hubiera conservado el primer título, no habría ahuyentado a
ninguna mujer.
Concluida
la aclaración y sin ánimos de crear más intriga, paso a revelar cuál es el
mayor enemigo de los que nos dedicamos a escribir: la repetición.
La
repetición es en parte –aunque en muy pequeña parte– la razón por la que no
publiqué nada en este blog en los meses de septiembre y octubre. Nadie se ha
quejado pero quizá algunos de los que me siguen se hayan dado cuenta, pues es
la primera vez en tres años que me falla la autodisciplina de publicar un
artículo cada mes. A pesar de que todavía me quedan en la cabeza algunos temas
sobre los que deseo expresar mi opinión por escrito y públicamente, cada vez me
asalta con más frecuencia la duda de si ya he hablado de eso antes, o lo he
mencionado al menos de pasada en algún otro artículo. Si me da por repasar
alguno de los anteriores, suele ocurrir que me sorprenda leyendo justo lo que
tenía pensado escribir y me diga a mí misma: vaya, eso ya lo he dicho; ¿por qué
entonces siento la inclinación de volver al mismo tema? Imagino que es porque
me interesa y quiero profundizar en él. Pero entonces me veo en el dilema entre
volver a lo mismo o buscar otros asuntos sobre los que reflexionar, aunque me
apasionen menos o me sienta menos segura en mis opiniones por falta de
información.
Si
vuelvo a lo mismo me asalta el temor de repetirme, de no aportar nada nuevo. Es
algo inevitable, pues yo lo he observado toda la vida en otros escritores,
sobre todo en esos de los que en principio he deseado leer todo lo que han
escrito. Así ha sido cómo he descubierto que se repiten y llega un momento en
que me canso de leerlos. En muchos casos, no leo más de dos libros del mismo
autor.
Es
cierto que algunos escriben tan poco que consiguen no repetirse. Entre esos se
encuentran dos de mis novelistas favoritos, Jeffrey Eugenides y Steve Toltz, que
han publicado solo tres y dos novelas respectivamente consiguiendo un
reconocimiento de la crítica y el público mundial ya solo con su primera
novela. También me viene a la mente Harper Lee. Su única novela publicada durante
cincuenta y cinco años me encantó y marcó profundamente. Además, sentí una gran
admiración y envidia sana cuando leí que una de las razones de no haber
publicado nada más era que había dicho lo que quería decir y no lo iba a decir
otra vez («I have said what I
wanted to say, and I will not say it again»). Otro caso que me fascina es el de Carmen
Laforet, la primera ganadora del premio Nadal, con solo veintitrés años por
otra novela que me gustó mucho: Nada.
Después publicó cuatro más de las que jamás he oído a nadie hablar.
Aunque
yo no podría escribir una sola novela y anunciar que no tengo nada más que
contar, sí siento a menudo la necesidad de callarme por escrito, a veces
sencillamente porque me aburro a mí misma. Y a pesar de que repetirse es muy
humano y lo hacemos todos tanto, sobre todo a medida que avanzamos en edad, yo
preferiría evitarlo.
Así que
me repetiré, porque independientemente del éxito que tengan mis escritos,
seguiré escribiendo. Lo que no tengo claro es si mantendré por mucho más tiempo
este blog. Quizá algún día no muy lejano anuncie por fin que ya no tengo nada
más que decir. Me pasó con mi primer blog, Aprender de los niños, en el que plasmé mis ideas sobre crianza y educación sin
anécdotas personales, de manera que después de dieciocho artículos ya lo había dicho
todo; ahora tengo pensado reunirlos en un libro porque el blog continúa
recibiendo visitas y comentarios de madres desesperadas en busca de comprensión
y ayuda.
Sin
embargo, seguiré hablando en boca de otros personajes y en situaciones
diferentes, en forma de ficción, porque cada vez me inclino más por ese medio
para expresarme: en la novela puedo desvelar muchísimo y al mismo tiempo
esconderme. La narración de mi última obra, Nunca dejes de bailar, fue muy liberadora en este sentido: por fin destapé
algunos secretos sin que nadie (o casi nadie) sepa cuáles, ni cómo, ni cuánto
hay de verdad y cuánto de fantasía.
Y ya
que hablo de novelas y no me quiero desviar mucho del tema de la repetición,
voy a recalcar que a la hora de ponernos a crear una novela, los escritores
debemos estar muy atentos a no repetirnos dentro de la misma novela. Yo soy
consciente de que lo hago; por eso son importantes las revisiones, para borrar
párrafos enteros sin piedad. Y también tengo muy claro que lo hacen todos los
demás escritores. En los últimos cuatro años he leído y corregido algunas
novelas de otros autores que se podrían haber reducido en decenas de páginas.
Resulta que a veces tenemos tal necesidad de plasmar una idea que la repetimos
una y otra vez, para que quede clara su importancia. Para el lector, sin
embargo, tanta insistencia puede resultar pesada. Puntualizo, además, que hay
infinidad de novelas de autores consagrados que se repiten más que un
estribillo y han pasado por los filtros editoriales alegremente.
Dentro
de la novela, otro tipo de repetición que cometemos es el de usar la misma
palabra o expresión constantemente. Mientras escribimos no nos damos cuenta,
pero al repasar ahí está, como un tic engorroso. Cuando se trata
de la misma expresión, se nota aún más. Y como lo hacemos no solo con una
palabra u expresión sino varias, nosotros mismos no las vemos; solo las ve otra
persona cuando lee nuestra novela, idealmente una editora (no me sale «un
editor» porque no conozco a ninguno, en cambio sí a varias editoras). Una vez
más, observo que este error ha pasado inadvertido por las editoriales en más de una novela superventas. Recuerdo un caso en el que la constancia de
las expresiones «le llevaba al pairo» y «se le cayeron los ojos al suelo» llegó
a interferir con mi disfrute de la historia (la segunda expresión, sea dicho de
paso, no la acepto a no ser que sea literal).
También
al perfilar personajes podemos caer en el error de repetir sus características,
sobre todo si son totalmente inventados, si no nos basamos en alguien que
conocemos en la vida real. Curiosamente, casi todos los personajes en mi novela
Nunca dejes de bailar son ficticios,
empezando por los protagonistas Alberto y Enya. También lo son María y Nancy.
Aun así, la caracterización de los personajes es uno de los elogios más constantes que
ha recibido la novela. En mi caso, los que parecen más reales son los que más
me inventé, aunque me gusta pensar que logré ese efecto por mis conocimientos y
observación del comportamiento y relaciones humanas.